Los gatos de Murakami

Había, cuando me mudé, dos gatos que vivían en el patio de manzanas. Ambos eran blancos con manchas negras. Uno un poco más grande, más pesado. El otro, juguetón y ágil. Son madre e hijo, pensaba, cuando los veía desde la ventana de la cocina, mientras fregaba los platos en la pica. ¿Cómo habrán llegado hasta aquí? Me preguntaba cuando tendía la colada y ellos se colocaban bajo la galería, unos pisos más abajo, maullando y mirándome fijamente, tratando de camelarme para que les lanzase algo de comida.

Un buen día, hace un año, más o menos, los gatos desaparecieron. Durante semanas esperé verlos aparecer en cualquier momento, saltando de terraza en terraza. O creí verlos ocultos bajo algún saliente, protegiéndose del sol, donde podrían haberse encontrado todo el tiempo sin
que yo me hubiese dado cuenta. De vez en cuando, fantaseábamos sobre lo que podía haberles ocurrido. ¿Habrían encontrado alguna forma de escapar? ¿Se los habría llevado alguien? ¿O tal vez tenían dueño y éste se había mudado, llevándoselos con él?

Ahora suelo mirar hacia el patio, en dirección a las paredes blancas y a las ventanas con ropa tendida. Recuerdo aquellos gatos que nunca volvieron y me entretengo pensando que, si fuera Murakami, esos gatos serían suficientes para escribir una novela.

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Autor: Isabel

Soy Isabel. A veces escribo. Hoy es una de esas veces.

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