Lo que descubres por la mañana

No, olvidadlo. Esto no es una escena de película para treintañeros en la cual ella, al despertarse resacosa, se da la vuelta en la cama y, ¡Premio! Hay alguien durmiendo a su lado. Una persona que suele balbucear algo entre sueños mientras ella escapa de la habitación de puntillas, tapándose con la sábana y tratando de recoger la ropa del suelo.

Yo hablo de otra cosa más mundana, más habitual. Algo que no deja de asombrarme. Me refiero a todas esos objetos que aparecen abandonados en la calle y que uno descubre por la mañana. Hablo de los periódicos desparramados. De las prendas de ropa. Los envases a medio usar. Pero, sobre todo, pienso en los zapatos. ¿Quién no ha visto un par de zapatos, o al menos uno solo, en la acera a primera hora de la mañana? Suele ser un botín de ante marrón, desgastado y bastante feo, inclinado hacia un lado como si no se sostuviese en pie. O una zapatilla de lona que ha perdido los cordones y que se encuentra apoyada en la papelera, sin fuerzas para deslizarse dentro del cubo. O unos malos zapatos de tacón, cada uno en una posición, simulando una escena del crimen de la que alguien se dio a la fuga.

Los zapatos perdidos me fascinan. Por ellos llenaría la calle de cámaras, para saber cómo han llegado hasta allí. Por ellos buscaría a su otro par, como si fuese el Príncipe de una nueva Cenicienta. Sólo por ellos haría la ronda a media noche, esperando a que aparezcan.

Pero a esas horas, cuando los encuentro, voy medio dormida. Y me olvido de ellos. Hasta la próxima mañana en la que me los encuentre.

Autor: Isabel

Soy Isabel. A veces escribo. Hoy es una de esas veces.

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