Todos los peligros nos acechan

Los europeos vivimos en un estado de feliz desconocimiento.

No sabemos lo peligroso que es viajar en transporte público, los riesgos de coger un metro. Deberían recordárnoslo con un único mensaje, repetido hasta la saciedad para que nos quedase grabado a fuego. Un mensaje visible en cada esquina, en cada boca de metro, a través de distintos soportes: en carteles de gruesas letras blancas sobre fondo rojo, en grandes pegatinas en los peldaños de las escaleras o en los carteles rotativos en los que se anuncian las estaciones. «If you see something, say something».

No somos conscientes del riesgo de morir calcinados, atrapados en algún espantoso incendio. Aquí son omnipresentes las alarmas de humo, las bocas de incendio, los coches de bomberos con atronadoras bocinas que recorren a todas horas la ciudad. La voz a través de la megafonía del metro que nos recuerda que no tiremos basura a las vías, porque es un material altamente inflamable.

El peligro acecha en cada rincón de la ciudad. Está agazapado en los restaurantes con enormes letras B que nos hacen sospechar de su limpieza, en las calaveras que presiden los locales cerrados y evocan la peor de las plagas. Está en los filetes de carne engordados con hormonas, en los barrios alejados del centro y en los objetos que parecen inofensivos. Así lo dicen los botellines de agua «Cap is a small part and poses a choking hazard, particularly for children» y lo pregonan las etiquetas de los secadores, con sus símbolos de muerte por electrocución.

Ya lo decía Carmen Martín Gaite. Lo raro es vivir.

Williamsburg bridge
Williamsburg bridge

Autor: Isabel

Soy Isabel. A veces escribo. Hoy es una de esas veces.

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