16 de febrero 2022

Las entradas para el Real descansan en el mueble de la entrada. Aunque la programación es cada vez más estrambótica es un ritual al que no pienso renunciar. De la ópera me gusta todo, empezando por el visón que descansa al fondo de mi armario y que visto en todas las funciones invernales. Pesa más de veinte kilos pero merece la pena el dolor de espalda. Después está el masaje, la manicura y la visita a la peluquería. El rato que dedico a limpiar las joyas que me voy a poner con un trapo húmedo. La copa que tomamos con nuestros amigos justo antes de la función en uno de los bares de la plaza de Oriente, donde intercambiamos novedades sobre nuestros últimos viajes y adquisiciones — nosotras — y sobre las mejores inversiones en este momento de inestabilidad bursátil — ellos. — Por fin llega el momento de entrar, sentarse en la butaca y, en silencio, dejar pasar los últimos minutos revisando el libreto. Cuando la luz se apaga me acurruco en el asiento y contemplo, emocionada, cómo aparece en escena Dragoncio. Es una de mis óperas favoritas. El aria del Lobo y la Abuelita es, sencillamente, sublime.

Autor: Isabel

Soy Isabel. A veces escribo. Hoy es una de esas veces.

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