23 de febrero 2022

Descuelgo el teléfono en cuanto empieza a sonar. Estaba esperando la llamada: 

— ¿Isabel?

— Sí, soy yo, — respondo con la voz entrecortada.

— Muy bien, tranquila, respira hondo. Estamos aquí para ayudarte.

— Estoy muy nerviosa.

— Es comprensible, pero tú limítate a seguir las instrucciones. ¿Ves un cable rojo?

— No hay ningún cable rojo.

— Vaya. ¿Verde? ¿Azul? ¿Magenta? ¿Cian?

— Solo hay un cable gris. 

— Pues tiene que ser ese, no hay más. Sepáralo con cuidado, coge unos alicates y córtalo.

— No tengo alicates, ni siquiera tengo tijeras. ¿No vale con que lo desenchufe? 

— Es muy difícil obtener resultados óptimos sin seguir las indicaciones, pero qué se le va a hacer. Desenchúfalo y ya veremos qué pasa.

— ¿Y si salto por los aires?

— Eso solo ocurre con los cables rojos y azules. Una vez cada uno, para ser exactos. Así no se generan prejuicios frente a un color determinado. 

— De acuerdo. Ya está. 

— ¿Funciona?

— Parece que… ¡Sí! Ya ha vuelto la señal. ¡Está imprimiendo!

— Perfecto. Gracias por contactar con el servicio técnico. Cerramos la incidencia. 

16 de febrero 2022

Las entradas para el Real descansan en el mueble de la entrada. Aunque la programación es cada vez más estrambótica es un ritual al que no pienso renunciar. De la ópera me gusta todo, empezando por el visón que descansa al fondo de mi armario y que visto en todas las funciones invernales. Pesa más de veinte kilos pero merece la pena el dolor de espalda. Después está el masaje, la manicura y la visita a la peluquería. El rato que dedico a limpiar las joyas que me voy a poner con un trapo húmedo. La copa que tomamos con nuestros amigos justo antes de la función en uno de los bares de la plaza de Oriente, donde intercambiamos novedades sobre nuestros últimos viajes y adquisiciones — nosotras — y sobre las mejores inversiones en este momento de inestabilidad bursátil — ellos. — Por fin llega el momento de entrar, sentarse en la butaca y, en silencio, dejar pasar los últimos minutos revisando el libreto. Cuando la luz se apaga me acurruco en el asiento y contemplo, emocionada, cómo aparece en escena Dragoncio. Es una de mis óperas favoritas. El aria del Lobo y la Abuelita es, sencillamente, sublime.

20 de julio 2020

– Sí, ya sé que Sanidad recomienda colocar un hidroalcohol en la puerta y que la gente se lave las manos al entrar, pero aquí nos gusta ir más allá. A fin de cuentas, la seguridad del cliente está por encima de todo. Así que desnúdate. Como si estuvieras en tu casa, no tengas vergüenza. Después te metes en la fuente guardando la distancia de seguridad, no vayamos a tener un disgusto. ¿Que si irrita? No, mujer, qué va. La única recomendación es que cierres bien los ojos y que no te quites la ropa interior. Alguno se ha quejado de sequedad después, pero no hay nada que no arregle un poco de Nivea. Venga, no seas tímida. Cómo, ¿que no quieres comprar nada? Tú misma, pero no hay comercio más seguro que el mío. ¿Te puedo dar un consejo antes de irte? Hazte una PCR. Tienes muy mala cara. 

26 de junio 2020

Ya ha pasado el peligro. No va a volver a ocurrir. Esa amenaza es solo un truco para tenernos controlados. Esto ha sido un mal sueño, pero ya pasó. Estoy harta de lavarme las manos. Me las he lavado más en los últimos tres meses que en toda mi vida. ¿Y qué me dices de la mascarilla? Madre del amor hermoso, mascarilla con este calor, me mareo solo de pensarlo. A mí nadie me amarga así. Es momento de estar con los amigos, de disfrutar de la fiesta y de beber todo lo que no he bebido estos días. Estoy feliz. Me siento como esos cervatillos que saltan alegres por el bosque de un lado a otro. No hay nada que temer. 

15 de junio 2020

En cada pedazo de papel he ido apuntando un plan pendiente para llevarlo a cabo cuando terminase la cuarentena. En estos diez papeles de aquí están los cafés y comidas con distintos amigos. En esta hilera, las fiestas familiares que quedaron postpuestas. Si al menos fueran de la misma rama de la familia podría juntarlos a todos, pero no tengo esa suerte. Esta otra fila corresponde a las escapadas, incluyendo la visita al pueblo de mi amiga de la universidad, cuya amistad recuperé un día de bajón. Hay notas que no dejan lugar a dudas — peluquería, fisio — y otras que garabateé tan deprisa que no soy capaz de descifrar. 

Calculo que, para final de año, me habré puesto al día. 

Echo de menos la cuarentena.

5 de junio 2020

Va a haber una segunda oleada. Lo ha dicho Ana Rosa en la tele. El problema es que estoy un poco sorda y no he oído cuándo va a ser, pero parece que ya mismo. Yo aún no he salido de casa, porque cuando sale Pedro a explicar cómo van las cosas me quedo frita y no me entero de nada, así que se me van a juntar las oleadas esas. Por si acaso, como parece que ahora está todo tranquilo, he salido un momento al balcón y lo he dejado todo preparado. Ahora ya puede venir lo que sea. Hale, feliz Navidad. 

27 de mayo 2020

Tengo tantas ganas de ver el mar que he instalado un acuario en casa. Todo comenzó con una pecera sobre el mueble del salón, algo sencillo, pero ya se sabe cómo son estas cosas. Empecé cambiando el aparador por uno más grande, seguí tirando paredes y terminé cegando las ventanas para no asustar a los peces abisales. Ni siquiera cuando el presidente de la comunidad amenazó con denunciarme al ver a la grúa maniobrando para meter al tiburón en el tanque de agua, me arrepentí de lo que estaba haciendo. Ahora aquí, sentada en mi sofá, me siento flotar. Nada me hace más feliz.  

21 de mayo 2020

Una de las leyes de Murphy dice que las posibilidades de perderte son directamente proporcionales a las veces que te dicen que no hay pérdida. Así me siento yo estos días. Ponte la mascarilla cuando haya menos de dos metros de distancia, me dicen. Es fácil, añaden. No se atreven a decir nada más porque pueden ver cómo cambio de color, del blanco al rojo, y cómo empiezo a sudar profusamente. Lo ven porque aún no me he puesto la dichosa mascarilla, claro. Que yo soy matemática, no se me puede decir eso. ¿Dos metros cómo? ¿De radio? ¿Exactos o a ojo de buen cubero? Después de caminar tres baldosas con el metro de carpintero extendido frente a mí, mi marido me lo arranca de las manos y lo tira a una papelera. ¡Qué mal genio! Al final, hemos terminado en este sitio. No lo he medido, pero creo que respeto la distancia de seguridad. 

14 de mayo 2020

Ya han abierto el bar de debajo de casa. Bajo corriendo el primer día, a primera hora, no vayan a quitarme el carnet de españolidad. Una vez allí, ya no lo tengo tan claro. En teoría puedo juntarme con nueve amigos más, pero son las nueve y media de la mañana y, franjas horarias aparte, igual tienen algo que hacer. Después está el tema del espacio: en este bar cabemos diez personas si nos ponemos todas en la misma baldosa. Yo no soy de números, pero creo que eso no cumple la distancia de seguridad. Así que me quedo solo, pero como no quiero que nadie me agüe la fase uno, pido como si fuéramos un grupo. Levanto el primer vaso, brindo con mis amigos des-confinados invisibles, y me tiro la bebida por encima de la mascarilla. Esto debe de ser la nueva normalidad. 

7 de mayo 2020

Llevo un par de días dándole vueltas. Me da pena que J2 solo pueda salir de paseo una hora, a un kilómetro de distancia. Así que hoy he decidido darle una sorpresa. La he despertado a las 6 de la mañana, porque no había tiempo que perder, y la he montado en la bici. Ya sé que los niños salen a partir de las 12 pero, técnicamente, no pisaba el suelo, así que no cuenta. Una vez en la calle, he pedaleado como si me fuera la vida en ello. La cría se ha despertado y la he ido entreteniendo a base de galletas y plátanos. He pedaleado tanto que no sé dónde estoy, a mí este sitio no me suena de nada. Se está haciendo de noche y estoy cansada, así que he llamado a J1 para que venga a buscarnos. Ya verás como nos pille la policía, tres en el mismo coche y con una niña pasadas las 7. Voy preparando el dinero para la multa.

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